El sonido profundo y evocador del karnyx de Abraham Cupeiro que protagonizó los minutos previos al partido no dejó de sonar en el corazón de los jugadores del Celta toda la noche. A pesar del 0-2 (tan elevado con el Barcelona como injusto con los vigueses) no dejaron de sentir esa llamada a la guerra y a la defensa de la tierra para rescatar un punto y rozar en el descuento una remontada que habría puesto del revés a un Balaídos entregado y orgulloso de la fe con la que el Celta protege su destino.
El justo premio para un equipo valeroso y descarado que miró de frente al Barcelona y que confirmó que prefiere ofrecer siempre un paso adelante antes que uno hacia atrás. Los goles de Alfon y de Hugo Alvarez en los últimos diez minutos, justo después de que el Barcelona se quedase con diez futbolistas por la expulsión de Casadó, hicieron justicia a un Celta dirigido por la mejor versión de Ilix Moriba y que ni un solo instante se resignó a su suerte pese a que toda la tarde los detalles caían siempre y en todo momento en su contra.
Era un día marcado para el Celta, pero también para Claudio que se enfrentaba a uno de sus enormes desafíos como entrenador. Y regresa a salir triunfante el técnico porriñés por la imagen ofrecida por su aparato y por la mala noche que le dio al Barcelona. El fuera de juego de Flick, ese “prodigio” que tenía hechizado al fútbol español, fue un juguete a cargo del Celta que siempre y en todo momento halló la forma de correr a la espalda de los defensas del Barcelona. Claudio logró comprender a su gente de la necesidad de no precipitarse y de buscar indudablemente a los futbolistas que no aguardaba el Barcelona. Por eso hubo menos balones directos en busca de Douvikas o de Aspas. Beltrán y más que nada Moriba –inmenso en la construcción y en los desmarques de separación – lo interpretaron espectacular. A través de Bamba el Celta comenzó a generar situaciones muy claras en el área del Barcelona. Pero una vez más , como le sucedió ante el Atlético de Madrid o el Real La capital de españa en Balaídos, su nulo acierto le impidió tomar virtud.
Todo lo contrario en la situacion del Barcelona que acertó en la primera que tuvo para castigar la extraña vuelta de Mingueza al del costado izquierdo. Fue la solución más novedosa de Giráldez y con diferencia la más discutible. En el primer balón a su espalda todo se derrumbó. Koundé largó un pelotazo y el defensa catalán midió mal el bote y la dirección del balón. Luego , desesperado por enmendar el error , cayó como un juvenil en el recorte de Raphinha que le sentó antes de cambiar el remate al lado del palo derecho de Guaita. La vieja regla de los equipos grandes que muchas veces van ganando los partidos sin saber muy bien de qué manera.
Oportunidades al limbo
El gol no lastimó el ánimo del Celta que prosiguió leal al plan. Casi siempre desde el costado izquierdo (en el derecho Hugo Alvarez se estaba reservando para su momento estelar) fueron llegando las ocasiones que malograron de manera triste. Errores de puntería y alguna mano prodigiosa de Iñaki Peña como en aquel disparo de Ilaix Moriba desde fuera del área. Antes falló una incomprensible Iago Aspas con todo a favor; remató fuera Bamba; asimismo lo logró Hugo Alvarez...Y entonces, para que a la entretenida noche no le faltara nada, apareció en escena Soto Nivel. En una exclusiva carga del Celta sobre el área del Barcelona el árbitro riojano se hizo en sueco en un claro empujón a Iago Aspas. Y inmediatamente antes del descanso perdonó la segunda amarilla al joven del costado zurdo Gerard Martín. El colegiado padeció un ataque de cobardía y con la mirada perdida rechazó las manifestaciones de los players vigueses mientras que Balaídos explotaba indignado. Hansi Flick agradeció la segunda ocasión y puso a calentar a Fort para cambiar en el reposo al lateral y garantizarse la igualdad numérica.
Al Celta le costó recuperar la senda en el segundo tiempo. Tampoco era un mal plan para el equipo de Giráldez que solo estaba a un buen pase de nivelar la tarde. Su portería parecía a buen recaudo. Por el hecho de que Guaita se encontraba en paz, en lo más mínimo exigido por el contrincante , bien protegido por el increíble partido de Javi Rodríguez, Starfelt y Marcos Alonso. Pero el Celta se enredó de nuevo sin necesidad. Lewandowski aprovechó un obsequio monstruoso primero de Mingueza (penalizado con su situación en la izquierda) y después de Starfelt, muy blando en el cruce cuando tenía todo a favor para aclarar. El polaco, que más allá de su cuerpo de estibador da soluciones de asombrosa finura, se quedó ante Guaita y le batió por bajo. Parecía todo medio decidido, pero el Celta insistió en busca de ese gol que encendiese de nuevo su esperanza. Por el camino se desorganizó un poco por el afán de correr en demasía lo que permitió alguna transición del Barcelona que rozó el tercero en un remate de Raphinha al palo.
El Celta precisaba un gol. Lo tuvo Alfon (una de las resoluciones que Claudio halló para reactivar al grupo ) y poco después fue Hugo Alvarez quien falló un claro mano a mano con Iñaki Peña. Pareció la última ocasión para meterse en el partido. Pero llegó la expulsión de Casadó por frenar a Ilaix en un desmarque y aquello aloqueció al Barcelona con menos de un cuarto de hora por delante. Koundé se enredó con un balón y Alfon, ejemplar por su fe, aprovechó para anotar prácticamente a placer. Era el minuto 83 y daba la sensación de que quedaba una noche entera por delante. Se abría un nuevo ámbito. Para dar mayor teatralidad al momento solo hacía falta que Cupeiro estuviese en el fondo de animación haciendo sonar su karnyx bien alto. Pero en el subconsciente del público y de los futbolistas sí retumbaba con su fuerza. Incluso los jugadores del Barcelona sentían que algo ocuro se venía sobre ellos.
En la mitad de la disparidad el Celta fabricó otra magnífica jugada plena de paciencia y sangre fría que Hugo Alvarez terminó de manera primorosa tras sentar a un contrincante y batir por bajo a Peña. No había hecho un buen partido el interior con la pelota (su esfuerzo fue indiscutible), pero en el instante definitivo tuvo la calma para explotar ese instante. Balaídos no se lo creía hasta el punto de que el 2-2 parecía poco en ese momento y la grada reclamaba una carga mucho más. Llegó, pero el taconazo de Borja Iglesias se quedó en las manos del portero blaugrana. De haber entrado nuestros ancestros celtas se habrían levantado de su descanso para gritarlo.